Mis amores

Juan José Gordillo

Contra los jóvenes (Mis amores treinta y cinco)

No debemos culparnos quienes ya no lo somos de haber contribuido en nada a este auge de la rabia ignominiosa en la que tantos jóvenes chapotean

No hace mucho escuché decir a Santi Donaire que debíamos vencer a los jóvenes, o luchar contra los jóvenes. La frase parece propia de alguien que no lo es, pero Santi es un joven fotoperiodista que andará por los treinta y tantos, un milenial. Hablaba en esos términos prebélicos a propósito de los inquietantes datos de opinión pública que destacan el fervor de sectores casi mayoritarios entre los jóvenes por la dictadura. Santi es un excelente fotógrafo que mira el mundo a través de hechos tan humanos como la muerte, el olvido, o menos dramáticos como la siembra, la recolección y la venta. Habla con la fotografía como otros lo hacen con la palabra o el dibujo o el canto. Aquella tarde en la que nos exhortó con palabras emocionadas a vencer a los jóvenes, persuadiéndolos de su error, lo hacía en una serena disertación sobre los años que ha estado acompañando los trabajos de exhumación de los fusilados en Paterna (Punto ciego. Editorial Phree) ocurridos a lo largo de los catorce años, sí, catorce años, siguientes al bando victorioso de Franco, al año triunfal del 39. No son los muertos ni las muertas de la guerra acontecida, no las víctimas de aquel enfrentamiento bárbaro que en tres años asoló nuestro país y su paisaje, no se trata de los caídos por el bando republicano, sino las víctimas, todas ellas, de un régimen que halló en la venganza el vil atajo para sustentar un gobierno totalitario. 

Me propongo entonces escribir contra los jóvenes (acepto el riesgo de la generalización...) por recaer sobre ellos a la vista de la lluvia que nos ahoga la principal causa del peor ambiente político, social a veces, que hemos conocido en esta pequeña historia de la democracia española. Contra los jóvenes como si por un momento la desaparición de todos ellos de un plumazo supusiera la mejora y el cambio de este enrarecido ambiente.

Yo fui un joven tozudo en mi juventud empeñado en otro cambio también, el que trajera la democracia a nuestras vidas. Veíamos necesario que la democracia penetrara las instituciones hasta hacer de nuestro estado uno similar a tantos otros europeos y en otros continentes, pero lo que ansiábamos en verdad era que la libertad subrayara nuestra existencia, que se produjera un cambio radical en nuestra forma de vivir atenazada hasta entonces por consignas y dogmas aprendidos y heredados tras muchos años de tiranía.



En aquel anhelo radicaba nuestra convicción de que la cultura democrática compartida entre las gentes, muy principalmente entre las que podían influir en sectores mayoritarios, sería una red inmensa capilar, capaz de llegar a las instancias de gobierno: de un pueblo culto y libre una clase política culta y libre. Y sin poder entrar en detalles no es una barbaridad afirmar que en parte se consiguió. Muchos políticos conversaban públicamente sobre escritores o músicos con frecuencia, casi como siguiendo una norma establecida previamente por el cuerpo electoral que los sostenía. Muchos años después que es ahora mismo las tornas se han vuelto trágicamente. La cultura antidemocrática, la apología del disparate, la imbecilidad originada por los discursos de las derechas nacionalistas ha penetrado en otro cuerpo electoral decidido a sostenerlas. En ese papel de absoluto seguidismo del insulto como argumento, del desconocimiento histórico y su manipulación como estímulo, los jóvenes llevan la voz cantante.

No debemos culparnos quienes ya no lo somos de haber contribuido en nada a este auge de la rabia ignominiosa en la que tantos jóvenes chapotean. Hicimos en parte realidad nuestros sueños de libertad, formal o burguesa si se quiere, de una norma amplia y generosa para convivir unos y otros, de un nuevo camino para andar el futuro alejado del fascismo reciente.

Un buen amigo me comentaba hace unos días que, con su edad ya avanzada, observaba dos notas vitales. Una, me decía, que ya se aceptaba sin excusas con el peso de sus años, y dos, que divisaba el mundo, lo que le acontecía más cerca o más lejos, con relatividad. Lo que acontece no siempre es lo definitivo, no es el final de nada, no estamos frente al abismo. Tal vez lo parezca, pero no lo es.

Las mujeres tendrán que seguir peleando por la igualdad, porque no están por delante de los hombres en ninguna lista ni baremo como muchos jóvenes proclaman. El amor entre las personas no debe establecerse según criterios morales de ninguna ortodoxia, moral o dogma, por mucho que los perros ladren, cachorros incluidos, a quienes así lo viven. Quienes llegan a nuestro país en pateras, en los bajos de un camión de cuatro ejes, nadando desde la otra orilla, son personas que también aspiran a mejorar sus vidas en un territorio completamente distinto al suyo y no vienen a quitarle el puesto de trabajo a ninguno de los jóvenes que los maldicen, insultan y apalean, ni a acatar obligatoriamente la religión imperante, los vivas tradicionales, ni sanfermines ni rocíos como tantos jóvenes argumentan como condición para no ser quemados. La patria es un excelente invento de las clases dominantes para justificar en su nombre las mayores barbaridades, esas mismas que muchos jóvenes justifican y por las que estarían dispuestos a morir, en TikTok mejor que otro sitio. La reconquista es un rollo que solo sirve para que Abascal se presente a caballo y tú, joven tan joven y tan desconocedor de la historia, te lo creas. Y la República fue un régimen político con todas las de la ley que acabó por la razón de las balas, por la guerra declarada de un sanguinario, que como demuestran las fotos blanquinegras de Santiago Donaire, no acabó hasta que por fin la palmó (Adivina, adivinanza).

España es un país enorme, rico, diverso, un lujo al alcance de muy pocos, pero no es una nación única y monolítica. Las diversas manera y realidades de ser la han configurado así, diversa y rica, no como los jóvenes la piensan, fallida y a punto de romperse, unagrandeylibre. No es más libre la madrid de Ayuso que la de Tierno o Gallardón aunque los bares cierren más tarde y en Las Rozas no hayan moros ni chinos a la vista, como no lo fue la Diagonal barcelonesa sometida a los adoquines levantados por los separatistas. En ambas latitudes el sol que más calienta se levanta tras un rascacielos bancario y se pone por un fondo buitre. Y los jóvenes que jalean aquellas hazañas de pedradas y de bares son y serán víctimas de estos puntos cardinales.

Hay que estar contra los jóvenes que golpean e insultan, que mienten y aplauden las mentiras, contra los que aprenden llaves en los gimnasios y tiran al plato en cotos privados, contra los que perrean a todas horas, contra los que lucen en sus brazos lemas endemoniados, contra los que no leen ni van al cine ni al teatro ni al museos ni a la ópera ni al mercado ni al asilo ni recaudan ni ayudan ni sostienen ni alimentan, ni sudan con el sudor ajeno, ni lloran los naufragios, ni duermen su ira, ni suben montañas ni caminan sin gritar, ni guardan el silencio debido, ni saludan ni miran a los ojos, ni saben reír nada más que del otro, contra los jóvenes que prefieren un verdugo a un jurado y la horca al presidio, su piel blanca a la morena, su dios a cualquier otro, su ignorancia a la sabiduría del que sabe.

Pensando más en nosotros que en contra de ellos, entre consejo y despecho, estas palabras hermosas de Sabina: más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria… no dejes que te impidan galopar ni los ladridos de los perros ni la quijada de Caín… y sal ahí, para decir que esta boca es mía.