El bar de la esquina

Antonio Reyes

Cementerio

¿Lloramos por negocios cerrados sin sufrir nuestra parte de penitencia o eso se lo dejamos a otros?

Nunca he pensado que un centro comercial sea lo que una ciudad necesita para avanzar. Es más, los odio. Me parecen lugares sin alma, un espacio donde andamos como zombis que arrastran sus maltrechos bolsillos de una tienda a otra. Vale que «ya que voy hago allí todas las compras en el mismo sitio», vale que «da trabajo a muchas personas», vale que «hay mucha variedad de tiendas y cines». Incluso podría comprar aquello de «hay negocios que necesitan más espacio que el de un simple local».

El Jaén Plaza llegó a la ciudad como revulsivo «moderno» y la población lo recibió con los brazos abiertos, como quien naufraga en el océano y ve aparecer un buque mercante que lo rescata de una muerte segura. Porque, claro, en Jaén no había las suficientes tiendas en la ciudad que nos dieran lo que necesitamos para estar a la última, ¿verdad? Sacando a los cines y a todas las personas que trabajan en el Jaén Plaza de la ecuación, ¿por qué teníamos la necesidad de una mole fea, simplona y que ha sido la puntilla para los negocios de la ciudad? Porque mucho se habla del centro, pero en el resto de barrios ocurre tres cuartos de lo mismo. A ver si ahora va a resultar que Jaén es solo el centro. Pero tomémoslo como referencia, ya que esas calles siempre han sido la zona comercial de la ciudad por antonomasia.

No es que hubiese negocios de todo tipo, no es que fuese fácil arrendar un local por los altos precios que se pagaban (a ver quién se arriesga con el ansia de ganar dinero de los rentistas), pero de alguna forma, esos negocios eran nuestros también, ya que le daban esa vida que toda ciudad necesita. Todos se beneficiaban, como la hostelería, pero el tren de la «modernidad» mal entendida arrasó con todo de la mano del beneplácito de los ciudadanos jaeneros. Porque aquí todos tenemos la culpa, sumada a la publicidad que la sede de Santa María buscaba con la construcción de un centro comercial más. Y esto, queridos y queridas, es otra muestra más del cateterío local, que parece tener mecha para rato.



Pero vayamos al turrón, que en este texto no se salva nadie. Miles de comentarios en redes sociales de personas que, sin estar libres de pecado, han tirado las piedras suficientes como para hacer tres centros comerciales más. No tengo pruebas pero tampoco dudas, de que el noventa por ciento de esta gente suele comprar por internet (aquello de la comodidad o la falta de tiempo para salir de compras). ¿Qué porcentaje de culpa tenemos entonces? ¿Lloramos por negocios cerrados sin sufrir nuestra parte de penitencia o eso se lo dejamos a otros? Ni más ni menos que aquello de «entre todos lo mataron y él solo se murió».

Somos igual de responsables que quienes tomaron la decisión de promover otro centro comercial aquí, sabiendo cuáles iban a ser las consecuencias inevitables para el resto de negocios. Ahora, ¿quién le pone el cascabel el gato? Aquí falta la opinión de los emprendedores que un día decidieron invertir sus ahorros en un negocio porque creyeron que la población los apoyaría. Quizá sea bueno preguntarle a estas personas y que nos den su opinión sobre quiénes piensan ellos que son los culpables de su declive empresarial. Nadie puede competir con las grandes cadenas a la hora de invertir. Estos mastodontes llegan, abren una tienda y si no les va bien en el plazo que ellos estimen oportuno, cierran y a otro sitio. Eso, un simple autónomo no puede hacerlo cuando la población le retira su apoyo.

Y no faltará quien diga que es que no teníamos todo lo que nos hace falta, que los negocios eran cutres, que su mercancía no era lo que necesitamos para ser modernos. Qué queréis que os diga. Contra estos argumentos no pienso gastar ni una sola gota de saliva. Que no, que no es eso. Lo que ocurre es que nuestra ansia de llevar siempre lo último en ropa y complementos, hace que la inmediatez se ponga en cabeza. Ahora, lo que nos queda es un centro de la ciudad que más parece un pueblo abandonado de la España profunda, donde los carteles de conciertos, viajes y otros espectáculos, llenan de cicatrices el rostro de una ciudad que ha abandonado a sus pobres emprendedores. Ah, y que no faltan ahora los que dicen tener todos los remedios para solucionar el tema. Exacto, los mismos que ayer daban la puntilla a los que hoy son solo un recuerdo.

Dirigimos el tiro siempre en la misma dirección para localizar a los culpables. Y no digo yo que esté mal orientado. Pero antes de lapidar a nadie, vamos a preguntarnos qué hemos hecho nosotros, cuál es nuestra parte de culpa en que hayamos sacado de la ciudad las tiendas y por qué somos incapaces de reconocer que un centro comercial funciona porque vamos a comprar allí. Basta con sentir una pizca de vergüenza al pasar por el centro y pensar: «esto también es culpa mía». La culpa de las cosas malas no siempre es solo de otros, así que un poco de examen de conciencia no nos vendría mal. Lo que tenemos hoy es un centro de la ciudad que está a un paso de parecer una zona devastada por una crisis enorme. Fachadas de edificios y escaparates de locales cerrados lapidados con centenares de carteles de viajes, conciertos, cursos espirituales y demás basura de papel que muestran el horror. Desconozco si alguien se ha reunido con los propietarios para alquilar a precios justos, porque con toda seguridad les saldrá mejor cuenta que tenerlos cerrados a cal y canto muriendo de éxito. 

Ahora se pide revitalizar el comercio local, apoyarlos… Pero, ¿cómo es posible que quienes promovieron una cosa quieran ahora hacer la contraria? Que me lo expliquen.

El caso es que ahora, con el nuevo centro comercial a pleno rendimiento y con el Primark como expresión máxima de «modernidad» (me voy a callar), a ver quién es el valiente que tiene la gran idea de montar un negocio entre la Plaza de las Batallas y la Plaza de Santa María, bares aparte. Sería como abrir una oficina de seguros de vida en un cementerio.