Detrás de la columna

Juan Manuel Arévalo Badía

Die untermenschen

Como Cartago para los romanos: Gaza debe ser destruida, arrasada

Me produce una llaga en cada dedo al teclear la palabra con la que encabezo esta columna hoy. Una palabra que encierra el grado extremo de maldad al que la humanidad llegó y llega amparándose en la diferencia étnica, religiosa y económica. La usaron los nazis para clasificar a los judíos, gitanos, pobres, deficientes mentales, homosexuales, y finalmente a disidentes políticos, con el significado de “los infrahumanos”, es decir, la consideración de personas indignas, inferiores, de ser tratadas como humanidad.  Con horror asistimos a un nuevo capítulo de la historia en la que algunas víctimas se convierten en verdugos y asignan la misma clasificación a un pueblo, el palestino, al que han ido robándole poco a poco sus tierras, su cultura, su identidad. El problema es por tanto israelita, no palestino. En mi columna titulada las Trompetas de la muerte, anterior al atentado de Hamas y posterior masacre del pueblo palestino, decía:  El conflicto entre Israel y Palestina continúa sin atisbos de resolución y enconado hasta el extremo sangriento con un gobierno en Israel encabezado por Netanyahu del que emana un discurso endurecido contra los legítimos derechos de los palestinos. Ariel Sharon, ex primer ministro israelí y por mediación de su secretario Weisglas manifestaba cínicamente: Los palestinos no tendrán un estado propio hasta que se conviertan en finlandeses. La intransigencia hebrea no puede sostener infinitamente la interlocución para la paz, pero para que eso ocurra persisten en la construcción de colonias en tierras que no les pertenecen. Israel se ha convertido en una etnocracia supremacista y queramos o no, hay una mayoría israelita y sionista que apoya la matanza genocida de 67.000 palestinos, más de la mitad niños y mujeres inocentes, con una única finalidad: terminar de ocupar todas las tierras de Gaza y Cisjordania matando o expulsando a sus legítimos propietarios: los palestinos. Como Cartago para los romanos: Gaza debe ser destruida, arrasada, donde no quede piedra sobre piedra, para edificar el nuevo imperio que Yahvé les había prometido y de paso harán un pingüe negocio con su socio americano. Finalizaba aquel artículo: nadie vendrá del oeste a impedir el exterminio. El sionismo maneja la economía americana y gran parte de la mundial, por eso presionan y silencia a gobiernos y medios de comunicación. Tecnología armamentística y billones de dólares sostienen el asesinato de miles y miles de inocentes. Mientras la Europa humanista calla y mira hacia otro lado, se hunde en el fango histórico dominada por la derecha económica y neoliberal a la vez que los medios de comunicación en sus manos y las redes sociales se encargan del blanqueo genocida. Me causa estupor el cinismo de quienes en puestos de relevancia en todos los órdenes se mantienen equidistantes e inanes o simples ciudadanos que se amparan en no ser palestinos. La tragedia de la COVID me enseño a juzgar comportamientos viles en momentos en los que la solidaridad y empatía eran indispensables lo que me condujo a apartarlos de mis círculos personales por higiene social propia. El genocidio del pueblo palestino marca otro punto de inflexión para tomar decisiones similares. Como señalaba Séneca mas vale quedarse con pocos amigos para transitar por el difícil camino de vivir en armonía con la naturaleza, guiado por la razón y la virtud, actuando con equidad y bondad en las interacciones humanas. 

Al final te das cuenta que los genocidas son ahora los verdaderos untermenschen.