Duerme la luna sus siestas mochueleras del día en alguna cueva de las buitreras que horadan la serrezuela de Pegalajar. O quizás, más cómoda y señorona, en las ménsulas del Albercón de los Moros, refugio de los levantiscos andalusíes en sus reyertas con los yun de Alhabar. Suele asomarse tímidamente (a mí me lo parece) por el paraje de las Coberteras. Discurre por esta loma, de levante a poniente, un antiguo camino de herradura por el que transitaban con andar cansino los burros y mulos que regularmente hacían el trayecto de intercambio comercial entre La Guardia y Pegalajar
El camino se iniciaba en el higuerón de amplia sombra situado en el margen de la antigua carretera a Granada, frente al puente que cruzaba el rio Guadalbullón. Allí paraba el autobús de Romero, concesionario de la línea Jaén-Venta del Gallo. Para subir a La Guardia, una vieja camioneta recogía en ese punto a los pasajeros, enseres y animales, compartiendo en consuno el trayecto. Al volante, Bartolo, que lucía una sahariana azul mecánico y unas gafas de sol al estilo americano.
Avanzaba sus primeros pasos la Reina de la Noche como si le diera miedo de contemplar un paisaje que ya no conocía, y un rio que había perdido sus remansos en donde presumida se fundía con sus largos tirabuzones plateados en los remolinos juguetones. Tampoco se puede asomar a la fragua de Diego, el herrero del pueblo, quien además de calzar a las bestias, tallaba los mejores astiles para los azadones con un arco preciso para facilitar la cavada, o arreglar las pozas de las olivas. Las mejores ramas de olivo se transformaban en piezas pulidas que las manos del jornalero agradecían. Esa luna agosteña no encuentra ya los blancos lienzos de tapiales que iluminaba antaño en cortijos como Lora, Palma o Casa Grande, güeros de almas cuyos alientos insuflaban vida a los parajes que los rodeaban, ya vacíos y en cuyas paredes solo cuelgan telarañas y polillas que poco a poco sacian su hambre en la añosa viguería que ya no sostiene nada.
A veces, corniveleta ella, la veo saltar como un pajarillo entre las ramas de los pinos para perderse hacia el oeste hacia el monte negro de Jabalcuz y proseguir para darme un hasta mañana, para mi incierto y para ella imparable en su mecánica astral hasta el fin de sus tiempos.