Siempre he creído en la importancia vital para cualquier sociedad de construir opiniones colectivas. El proceso que sustenta los mayores avances sociales que hemos conocido es el que nos transforma de seres individuales en parte de un colectivo.
Y es de tal calado este proceso que la base de todas las políticas neoliberales pasa por revertirlo o transformarlo en algo que, aunque lo parezca, ya no sea lo mismo y desde luego no sea un impedimento para quienes las ponen en marcha.
Cuando algún gobierno quiere desmontar lo público, siempre apela a las bondades de las decisiones y las libertades individuales, tachando de dictadores a quienes priorizamos el nosotros sobre el yo.
Vivimos tiempos difíciles para esto que digo y defiendo, pero no tanto por la oposición de quienes plantean lo contrario, sino por la desconfianza que nos generan quienes administran la cosa pública y deberían cuidar de nosotros y nosotras.
Cada vez que surge un caso de corrupción en personas que han administrado nuestros intereses, se provoca una pérdida de confianza irreparable. Los poderes del estado tienen que tener siempre presente que su poder se asienta sobre nuestra confianza, y si ésta es traicionada una y otra vez, lo que se pone en riesgo es mucho más que su credibilidad, es la esencia misma de la democracia.
Cuando el gobierno tiene que pasar más tiempo dando explicaciones que gobernando, tiene que saber qué deja a la sociedad en el mayor de los desamparos.
Cuando quienes tienen que cuidar y vigilar nuestra salud priorizan la obtención de beneficios por encima de las vidas de las personas, no solo nos abandonan en la enfermedad, nos sumen en la desconfianza más atroz.
Cuando el poder judicial hace más gala de su poder que de la justicia que ha jurado impartir, nos genere recelo y nos provoca miedo.
Nuestras aspiraciones legítimas de ser gobernados y administrados por personas expertas y con capacidad de defender nuestros intereses de la mejor manera posible son pisoteadas cada vez que alguien se lucra o aprovecha su posición pública para hacer gala de comportamientos deleznables en cualquier ciudadano y mucho más en un responsable público.
Tenemos que asumir que los poderes públicos están conformados por personas con los mismos sesgos que vemos a diario en la sociedad de la que formamos parte y, siendo así, es imprescindible poner barreras para que los comportamientos de una parte no ensucien el trabajo de quienes cumplen con dignidad la tarea que les hemos encomendado.
Y mientras esto sucede, hay que seguir fortaleciendo la opinión colectiva, que siempre será mucho más que la suma de las partes.