En Jaén, la política tiene un curioso talento para el déjà vu. Uno cree que ya ha visto todos los ciclos posibles y, sin embargo, cada cierto tiempo reaparece la misma escena: una izquierda a la izquierda del PSOE que se extingue con la meticulosidad de quien sigue un manual. Lo sorprendente no es que hoy esté fuera del Ayuntamiento —eso es ya estadística— sino la facilidad con la que se ha ido borrando a sí misma del mapa social, mediático y político de la ciudad.
El espacio de la izquierda, como el de cualquier otro espacio político, no es más que un ideal presente en una parte de nuestra sociedad y, por ello mismo, ya es importante, porque supone una idea que confrontar y que complementar con el resto de las visiones sobre nosotros y nuestro mundo, en este caso, otra forma de ver Jaén que enriquece al resto. Pues bien, este espacio político, esta izquierda, o más bien aquellos que dicen conformar sus organizaciones, lleva años jugando un papel que nunca quiso interpretar: el de la ausencia. No se trata solo de no estar en el Ayuntamiento; es más profundo. Falta voz pública, falta presencia social y, por tanto, falta un discurso capaz de explicar la ciudad en ese otra clave de derechos, de justicia y de futuro. Falta, en definitiva, una alternativa reconocible frente a la política que hoy marcan los grandes bloques.
Hace no tanto, ese espacio existía, crecía e incluso generaba ilusión. Era plural, sí; incómodo, también; complicado, mucho; pero estaba vivo. Tenía presencia institucional, capacidad de interlocución y cierta ascendencia social. Hoy lo que queda es un vacío y, en torno a él, un silencio que solo se rompe para recordar viejas rencillas o para discutir sobre quién ocupó una silla en una asamblea hace unos años. A veces parece que la historia política de Jaén fuese un álbum de fotos repetidas: los mismos nombres, las mismas tensiones, las mismas derrotas.
No es culpa exclusiva de nadie, pero es responsabilidad de todos. La coyuntura nacional ha hecho daño, pero no tanto como la inercia interna: grupos enfrentados por cuestiones formales, batallas intestinas por controlar espacios que ya no interesan a nadie, liderazgos que se niegan a contemplar el paso del tiempo, proyectos personales agotados que se niegan a hacerse a un lado y dejar que otros puedan respirar. Hay conflictos que en Jaén ya son patrimonio cultural: llevan tantas décadas abiertos que se diría que pertenecen a otra era geológica.
Una izquierda en la que todos debaten acerca de sus propios problemas, los problemas de la izquierda, generalizándolos como si fueran los problemas de la sociedad, sin entender que lo relevante son los problemas que los jiennenses sufren día a día, totalmente diferentes. Al final, sean Tirios o Troyanos, la política de los políticos se impone sobre la política de la gente, en una absurda carrera por demostrar que se es “más puro”, "más de izquierdas", que los demás.
Y mientras tanto, la ciudad avanza. O retrocede, pero lo hace sin ellos. La ciudad ha cambiado mientras ese espacio se ha ido encerrando sobre sí mismo, atrapado en debates que solo importan a quienes los protagonizaban y en identidades de grupo que acabaron convertidas en trincheras, sobreviviendo década tras década para acabar como tradiciones locales. El resultado es conocido: una desconexión casi completa entre el espacio político y la ciudadanía que decía representar.
Pero la raíz del problema no es un nombre ni un rostro. Se necesita renovar, o simplemente crear, liderazgos, pero no como un ajuste biográfico, sino como parte de un proceso más profundo: abrir, recomponer, construir equipos que aporten más de lo que restan, incorporar a gente que hoy está fuera porque no encuentra un espacio que les hable ni les represente. Pero aunque esta renovación es necesaria, no es suficiente: sin un proyecto que sumar, solo se cambia de figurantes. Porque el desafío es estructural: no hay un proyecto común, no hay un marco compartido, no hay un mínimo consenso sobre qué ciudad defender para la próxima década. Y sin proyecto no hay política; solo hay administración de inercias. Hace falta una regeneración de dirigentes y discursos, pero también de estrategia, proyecto y programa para tener un mínimo de credibilidad más allá del mundo de los "militantes", siempre que el objetivo sea realmente conectar con ese espacio social al que se pretende representar.
Año y medio nos separa de 2027. Un suspiro en términos políticos. Lo suficiente para recomponer, pero también tiempo suficiente para repetir el desastre si se insiste en los mismos errores. El peor escenario no es una fantasía, es lo más probable: un Ayuntamiento gobernado por PP y Vox, con una oposición reducida al PSOE y, quizá, a Jaén Merece Más. Una ciudad sin una izquierda transformadora reconocible, sin una voz que represente a quienes creen en un modelo de ciudad diferente, sin un discurso que ponga sobre la mesa las cuestiones de fondo que no aparecen en los grandes titulares: el urbanismo que construye desigualdades, la crisis demográfica, la precariedad laboral o la pérdida de oportunidades. En definitiva, la ausencia del proyecto de otro Jaén. El espacio social existe. Lo que no existe es su representación.
A veces, cuando hablas con gente que ha participado en este espacio durante años, te confiesan una idea que corre como chascarrillo amargo: “esto solo cambiará cuando se retiren —o desaparezcan— quienes llevan treinta años peleándose por lo mismo”. Puede sonar cruel. O puede sonar realista. Pero si un chiste se repite demasiado es porque ya no es del todo un chiste.
La política es una de las pocas actividades humanas donde no se exige saber retirarse. Al contrario: se celebra la permanencia, se aplaude la resistencia, se venera la longevidad como si fuese prueba de virtud y no una señal de estancamiento. Y, sin embargo, la retirada a tiempo es un acto de madurez democrática. Permite oxigenar, renovar, abrir. Anguita lo decía de otra manera: “programa, programa, programa”. Pero su enseñanza profunda era otra: nadie es imprescindible; lo imprescindible es el proyecto.
Y ahí está el núcleo del problema en Jaén: hace años que el proyecto dejó de ser lo central. Lo central pasó a ser quién lo dirige, quién lo controla, quién decide quién puede acercarse y quién no. Es una forma de antipolítica muy eficaz: consigue destruir cualquier posibilidad de crecimiento mientras se atribuye el mérito de cada microderrota. El resultado está a la vista.
Lo llamativo es que la solución no es compleja. Difícil, sí; compleja, no. Bastaría con que algunos dieran un paso atrás —un gesto tan sano como infrecuente— y que otros se atrevieran a dar un paso adelante. Bastaría con entender que una organización política no es un club privado ni una cofradía con jerarquías eternas, sino un espacio de trabajo común al servicio de la ciudadanía. Bastaría con reconocer que el tiempo de las pequeñas guerras terminó y que lo que está en juego no es la hegemonía en un grupo reducido, sino la representación de miles de jiennenses que, elección tras elección, acaban votando resignados o quedándose en casa.
La pregunta no es quién ocupará una lista. La pregunta es quién le va a hablar a toda esa gente que no se siente interpelada por nadie, que no encuentra un referente político que articule sus preocupaciones, que no ve una opción seria, madura e ideológica con la que identificarse. Por eso es imprescindible salir de la lógica del enfrentamiento interno. Ninguna ciudad avanza si la izquierda dedica sus energías a dirimir quién tiene razón en debates que empezaron hace quince años y que hoy resultan incomprensibles para la mayoría. Es hora de asumir que esas dinámicas no solo no sirven, sino que han contribuido al vacío político actual. Repetirlas sería garantizar otro ciclo perdido.
Una izquierda útil debe recuperar algo elemental: la vocación de representar. Representar institucionalmente y representar socialmente. Estar en el Ayuntamiento, sí, pero también estar en la calle, en los debates públicos, en los barrios, en los espacios donde se forman las opiniones y se articulan las demandas. La política no es solo sumar votos; es construir confianza.
Una izquierda madura debe ser generosa. Generosa para ceder espacios y generosa para abrirlos. Generosa para integrar y también para retirarse. Generosa para volver a empezar sin nostalgia ni reproches, con la convicción humilde de que Jaén merece más que un catálogo de rencillas heredadas de los años ochenta.
Queda año y medio. No es mucho, pero es suficiente. Todavía hay tiempo de evitar que en 2027 la ciudad tenga una derecha fuerte, una oposición débil y una izquierda ausente. Todavía es posible organizar un espacio común, respetado, amplio y abierto, que represente a un espectro social que hoy no tiene cauce. Un espacio que sepa unir a quienes hoy están dispersos, cansados o simplemente resignados a votar “lo menos malo”. Pero ese tiempo exige algo que no suele abundar: responsabilidad.
Responsabilidad para reconocer errores, para cambiar dinámicas, para abandonar orgullos inútiles, para actuar sin victimismo ni dogmatismo. La responsabilidad serena, firme e ideológica que tanto reclamaba Anguita: la que mira a la ciudadanía antes que a las siglas, al proyecto antes que al liderazgo, al bien común antes que al ego. Porque la política de verdad no va de egos, sino de la claridad del programa, coherencia en el discurso y responsabilidad hacia la gente a la que dices servir. Y es esa responsabilidad la que toca asumir ahora: reconstruir un espacio político que Jaén necesita, porque la alternativa a no hacerlo no es neutral: es un Ayuntamiento en el que seguirá ausente una parte de la ciudad que carece de una alternativa sólida, firme, coherente y útil, que deje de hablar de sí misma y vuelva a hablar de Jaén. Y, sobre todo, que ofrezca un futuro.
Jaén no puede permitirse otra desaparición. Ni otra pelea absurda.
Ni otro ciclo perdido.
Jaén necesita que su izquierda vuelva a existir. No para repetir lo que fue,
sino para ofrecer lo que hoy falta: un proyecto de ciudad y hacerlo de forma
justa, abierta y valiente.
Y esa tarea —por una vez— no depende de ganar o perder una guerra interna, sino
de algo mucho más simple y mucho más difícil: decidir si se quiere volver a tener
voz o se prefiere seguir desaparecido.
Hay momentos en la vida política de una ciudad en los que conviene detenerse, respirar hondo y mirar alrededor. Reconocer lo que somos, lo que hemos hecho y, sobre todo, lo que podríamos llegar a ser. La izquierda de Jaén está exactamente ahí: en la frontera entre el cansancio y la oportunidad, entre la repetición del desastre y la posibilidad —real, aunque frágil— de construir un futuro más amplio que los bloques que hoy protagonizan el debate público.
Si algo bueno puede salir de este vacío actual es que ya no queda nada que defender salvo la posibilidad de recomenzar. Y quizá, solo quizá, esa sea la mejor oportunidad que ha tenido la izquierda jiennense en décadas. Recuperar lo que se ha perdido: la capacidad de proponer un horizonte distinto, de articular una voz reconocible y valiente que interpele a quienes, cada vez más, se sienten huérfanos de representación. Una voz capaz de explicar por qué Jaén no puede resignarse a ser lo que otros deciden que sea. Una voz que dé forma política a los problemas cotidianos, al malestar social, a la necesidad de transparencia, a la renovación de los servicios públicos, a la defensa del patrimonio común y a la búsqueda de un modelo de ciudad que no dependa del capricho de los mercados ni de las urgencias electorales.
No se trata de repetir mantras ni de recitar eslóganes ya fósiles. Se trata de un gesto más profundo: volver a disputar el sentido común de Jaén, volver a explicar que hay alternativas, que existen políticas públicas mejores que las que se presentan como inevitables, que la justicia social no es una utopía sino una forma responsable de gobernar. Y todo esto será insuficiente si no viene acompañado de algo mayor: una refundación ética y práctica de la forma de hacer política en Jaén, empezando por la propia izquierda.
El momento, por incómodo que sea, obliga a mirar más lejos. Obliga a pensar en quienes hoy no votan porque no encuentran razones para hacerlo. Obliga a ensanchar el espacio político con generosidad, inteligencia y valentía. Obliga, en suma, a comportarse como adultos en un tiempo en que sobra ruido infantil y falta estrategia política.
Puede que este sea el último aviso antes del silencio. O puede, si se decide colectivamente, ser el primer capítulo de una reconstrucción que devuelva a Jaén lo que la política nunca debió robarle: la esperanza de un futuro mejor. Queda año y medio para tomar la decisión; año y medio para reaparecer.