A contracorriente

Alejandro Mas

Fango

Aprovechar una tragedia para envenenar a tus paisanos con basura intelectual es, moralmente, de los puntos más bajos a los que se puede acceder

“Nada es posible a menos que una sola voluntad ordene, una voluntad que deba ser obedecida por los demás, desde la cima hasta el último escalón.”

“Por eso todo el sistema de partidos de antaño se derrumbó por completo en pocas semanas, sin que surgiera la sensación de que se había perdido algo. Fueron reemplazados por un ideal mejor. Un nuevo movimiento ocupó su lugar.”



Tal día como hoy hace un año éramos ya totalmente conscientes en el resto de España de la magnitud de la tragedia de Valencia. Desde ese momento se despertó una ola apasionada de necesidad de prestar ayuda, una sincera marea de solidaridad se desbordó por los cuatro costados del país. Miles de personas se ponían ropas y calzados adecuados para ir a Valencia cargados de víveres, materiales y maquinarias de todo tipo. Pero de aquella riada de humanidad también quedaron residuos de fango. Un fango que no solo mancilló la cara de una reina o sirvió de arma arrojadiza contra las autoridades públicas, fue también el caldo de cultivo de las más peligrosas ideas que trastocan la convivencia. Ayudar al prójimo altruistamente es la mayor altura moral a la que podemos aspirar, aprovechar una tragedia para envenenar a tus paisanos con basura intelectual oculta tras una supuesta solidaridad es, moralmente, de los puntos más bajos a los que se puede acceder.

Ya pasó en la pandemia de la Covid-19 y las muestras de falsa solidaridad, de necesidad de protagonismo por parte de aquellos que ayudaban haciéndose selfies, mandando notas de prensa para publicitar su “altruismo”, todos ellos anhelando una medalla, o mejor, una calle. Pero si la soberbia es un pecado muy humano pero muy personal cuya penitencia solo sufre el pecador, la manipulación y la mentira en medios y redes públicos son verdaderos atentados contra la sociedad y los sufrimos todos. Y así, tanto en la emergencia sanitaria como en la meteorológica, aparecieron los malnacidos a jalear a los mal formados y peor informados para que gritaran, insultaran y esparcieran toda clase de barbaridades, bulos e infundios justo en el momento en el que lo que hacía falta era tranquilizar y arrimar el hombro. Y en esas circunstancias se hizo famoso un mantra peligroso: “solo el pueblo salva al pueblo”. Si bien la frase cantada tras la tragedia valenciana tenía una traducción libertaria, antisistema, antipolítica, antidemocrática, desconfiada de los gobiernos (cuanto más central más odiado) propia de los mítines de Trump o Milei, pocos sabían cuando la entonaban que quien la escribió fue Antonio Machado en una carta a un amigo novelista ruso en 1937, en la que hablaba de que el pueblo, una vez más, se tenía que salvar a sí mismo en aquellos años de la Guerra Civil, frente a los “señoritos que invocan a la patria y la venden”. O sea, frente a los Trump, los Milei y aquellos que solo entienden el poder en manos de un solo hombre auto nombrado para ejercerlo.

Las aguas volvieron a su cauce, pero queda aún mucho que reconstruir en muchos pueblos de la huerta valenciana. Quedan duelos que pasar. Quedan muchas preguntas por responder. Muchos seguros que han de pagar. Quedan responsabilidades que depurar y medidas que adoptar y mejorar. Y queda mucho fango mental. Solo una actuación cabal de los distintos estamentos del Estado, no milagrosa ni sobrehumana, sino solo generalmente acertada respondiendo a las demandas absolutamente lógicas de la población afectada tendrá efectos reparadores. Reconstruir vidas y mentes. No podemos exigir las actuaciones más brillantes siempre a nuestros gobiernos ante situaciones inesperadas o extremas, pero sí podemos exigirles, ni más ni menos, que antes de la tragedia acumulen los medios y dispongan los planes más útiles y que tras la tragedia trabajen de la forma más eficaz, más servicial y empática posible para mitigarla. Ruego a las autoridades públicas que no dejen ni un solo momento de empujar en esa dirección. Nos jugamos mucho en esto. Nos jugamos la libertad, la democracia, la vida como la conocemos en nuestra sociedad. Que la cita de Adolf Hitler con la que abro este artículo quede solo en la memoria de la miseria humana.  

PD. - Al “pueblo que salva al pueblo”: por favor, envía algunos cientos de radiólogos.