Si tuviéramos que hacer un resumen de parte de nuestras vidas a la manera de la peli Amarcord (Me acuerdo) de Fellini sin duda los veranos ocuparían la mayor parte del film. “io mi ricordo” que las calles libres de coches eran de la chiquillada para jugar, para observar el vuelo raso de las golondrinas sobre el charco de la fuente o la descomunal erección del borrico atado a la reja. Mirabas a las parejas que intentaban pelar la pava, algo imposible ante tanto vigilante. Al anochecer la gente regaba su puerta para que levantara la flama, sacaban la silla y se dedicaban hablar a la vez que hacían algo con las manos y es que el pueblo llano no conocía el ocio, no podían estar quietos: desmotar lana, hacer pleita, desgranar habichuelas o mazorcas de maíz mientras hablaban.
No tuve la experiencia con la estanquera de generosas tetas de la peli de Fellini, aunque a pajilleros los italianos no nos ganaban, las mejores fueron las colectivas, sentados sobre un tronco en la orilla del rio con los pies en el chilanco, los mayores enseñaban a los más chicos, mientras las ranas croaban y bajaban lentamente por el rio motas de algodón de los álamos de la ribera.
En nuestra aldea la máxima autoridad era Juan el guarda, con traje de pana y escarapela, por no haber ni cura había, cada semana pasaba de ronda una pareja de la guardia civil, se les temía. Recuerdo aquel verano que regresó por vacaciones un paisano que trabajaba en Cataluña y traía el pelo largo, lo cogieron del brazo lo llevaron al barbero y no se fueron hasta que se lo cortaron al cero, tengo grabado el brillo del charol de los tricornios y como las lágrimas se abrían camino en sus mejillas entre los pelos de la melena mutilada. Al final casi todos se fueron a Cataluña donde había trabajo y nadie te decía como vestir o a quien amar.
No había vecinos gitanos, lo más es que varias veces al año venía alguna familia nómada y acampaban fuera junto a la era, arreglaban ollas y paraguas, ponían lañas a lebrillos y orzas y sobre todo eran canasteros, en los ríos encontraban el hogar que se les negaba. El miedo hacia ellos se transmitía de generación en generación, la misma trampa de siempre, de ahora también y es hacer que el enemigo del penúltimo sea el último. Alguna vez vinieron familias de saltimbanquis con perritos bailarines, una chica equilibrista, volatinera, me robó el corazón, si hubiera sido valiente detrás de ellos me hubiera ido, ya sabéis esto es una peli.
“Macuerdo” de la primera vez que bailé agarrado, quizás con 13 años, dejarme que lo idealice un poco, sonaba la Piccolissima serenata de Renato Carosone y el aroma del galán de noche lo invadía todo, las manos sobre sus caderas, el olor corporal con dificultad atravesaba la barrera del perfume con el que se había acicalado, en fin que con la garganta seca y la mente nublada no fui capaz de articular palabra y a la siguiente canción me dejó por otro más aventajado. Hablando de olores en esto nos la jugaron también, la publicidad nos convenció que el olor corporal, el natural sin perfumes, es un enemigo al que hay que abatir, pienso que el sudor es algo erótico por el que salen feromonas que marcan la atracción o el rechazo (Marlon Brando sudando en Un tranvía llamado deseo), pero eso ya está perdido. No quiero dejar de acordarme del olor más sugerente de todos, el más sensual y es el de la higuera en verano, pasaros al anochecer por la judería de Jaén, por la calle Santa Cruz y bajo su higuera dejaros llevar por las sensaciones y es que a estas alturas creí encontrar refugio en los callejones.
Feliz verano.