Los datos hablan, y lo hacen cada vez con un tono más inquietante. La producción de aceite de oliva en España ya no responde al viejo relato de crecimiento continuo. En la última década, la media se ha situado en 1,27 millones de toneladas, pero si afinamos el foco y miramos los últimos cinco años, la cifra cae hasta 1,16 millones. No es un bache coyuntural. Es una tendencia. Y lo más relevante es que el mercado sigue pidiendo aceite. Mientras la producción va en descenso, la comercialización crece y, en ocho de las últimas diez campañas, hemos vendido más de lo que hemos producido. No hay exceso. Hay tensión.
Esa tensión no la corrigen, al menos de momento, las nuevas plantaciones. Tampoco la diluyen los modelos más intensivos. El factor decisivo sigue siendo el mismo: el clima y, sobre todo, el agua. La volatilidad productiva se ha acentuado en la última década y ha desmontado cualquier previsión optimista basada solo en superficie o tecnología. Frente a esa incertidumbre, la comercialización se muestra sorprendentemente estable. El aceite se vende. El consumidor responde. El problema no está en la demanda, sino en la capacidad real de sostener la oferta.
Jaén es un buen espejo de esta contradicción. La campaña 2025/26 apunta a cifras similares a la anterior, alrededor de las 475.000 toneladas, pero con menos aceituna de la esperada y una clara heterogeneidad entre regadío y secano. Las lluvias han salvado rendimientos, sí, pero también han retrasado la recolección. El barro, el viento y los temporales han robado jornadas y amenazan con alargar la campaña, con el consiguiente riesgo para la calidad y el volumen de virgen extra.
Y, como telón de fondo, el precio. Un precio que sigue caminando sobre el alambre. Con costes por encima de los 4,5 euros y cotizaciones algo por encima de los cuatro euros, no está garantizada ni mucho menos la rentabilidad del olivar tradicional. Si se vende todo el aceite, si el mercado es fiel, si no hay exceso estructural, la pregunta es inevitable: ¿por qué no se defiende mejor el valor del producto en origen? El futuro del sector no se juega solo en el campo. Se juega también en la cadena, en la mano de obra, en la rentabilidad y en la capacidad colectiva de no normalizar una incertidumbre que ya se ha vuelto estructural.