Palomos de papel

Manuel Palomo

Mi polla Morena

Crónica de corral sobre poder, hartazgo y actualidad

Por las mañanas, antes de que el café haga efecto y después de comprobar que el mundo sigue girando pese a sí mismo, bajo al corral. Allí me espera Morena. Es una gallina de plumaje serio y mirada crítica. No pone huevos de oro, pero pone preguntas incómodas. Y eso, hoy, vale más.

—¿Qué hay hoy en el telediario? —cacarea Morena, con ese tono suyo entre la ironía y la urgencia.



Le resumo titulares: dimisiones que no dimiten, disculpas que no disculpan, cargos que ascienden pese a no saber subir escaleras. Morena ladea la cabeza.

—Otra vez los mismos —dice—. ¿Y de lo nuestro?

“Lo nuestro” es una expresión amplia. Incluye la actualidad política, el respeto, el poder y esa sensación compartida —y documentada— de estar hasta el moño de los puteros y acosadores. Aquí conviene ser riguroso: no hablamos de siglas concretas ni de colores partidistas. Hablamos de comportamientos. De hechos. De patrones que se repiten con disciplina suiza.

Morena me recuerda una frase que escuchó —sí, Morena escucha— a Ferriz. Que estaba hasta el moño. La gallina asiente.

—Tiene razón —dice—. Estar harta no es una emoción; es un diagnóstico.

Y aquí empieza el periodismo, incluso el que se hace con gallinas. Porque la fatiga social no nace del capricho, sino de la reiteración. De ver cómo algunos confunden el cargo con el coto, la jerarquía con el permiso, el despacho con un camerino sin normas. No importa el partido: importa el sistema de impunidad que se cuela por los pasillos.

—Explícamelo con datos —me exige Morena, siempre puntillosa.

Datos hay: sentencias, investigaciones periodísticas, protocolos activados tarde y mal, silencios administrativos, ascensos inexplicables. Y una estadística invisible pero constante: la de las mujeres (y hombres) que callan porque el coste de hablar es mayor que el de aguantar.

—¿Y cómo llegan algunos a dirigir ayuntamientos, consejerías y otros templos del poder? —pregunta la gallina.

La respuesta no cabe en un titular. Llegan por redes de lealtad mal entendida, por estructuras que premian la obediencia sobre la competencia, por la vieja costumbre de mirar a otro lado cuando el currículum moral chirría. Llegan porque nadie les pregunta lo suficiente antes y porque demasiados callan después.

Morena pica el suelo con indignación medida.

—No es que falten currículums —dice—, es que sobran indulgencias.

Ironía aparte, el asunto es serio. La tolerancia social hacia el acoso no es neutra: perpetúa desigualdades y degrada instituciones. Cuando un acosador asciende, no solo falla un control interno; falla la confianza pública. Y eso no lo arregla una nota de prensa.

—¿Y Férriz? —insiste Morena—. ¿Por qué tiene razón?

Porque nombrar el hartazgo es el primer paso para ordenarlo. Porque decir “basta” no es partidista; es cívico. Porque señalar conductas no equivale a señalar banderas. Y porque el periodismo —con gallinas o sin ellas— debe distinguir entre crítica y linchamiento, entre rigor y ruido.

Morena se acomoda.

—Entonces escribe eso —me dice—. Que no es contra nadie y es contra todos los abusos.

Así que aquí queda. Con ironía, sí. Con rigor, también. Para que el corral no sea el único lugar donde se escuchen verdades claras. Y para que, algún día, cuando Morena pregunte por la actualidad, pueda responderle con algo más que cansancio.

Morena cacarea. Yo cierro el cuaderno. El mundo sigue, y mi polla morena y yo continuamos hablando.