Pedro Sánchez se ha revelado como el Gran Equilibrista de la política española: aunque todos los políticos son un poco funambulistas en estos tiempos en que mentiras y verdades operan como piezas intercambiables de un gigantesco engranaje planetario cuyo funcionamiento nadie acaba de conocer y mucho menos de prever, las dotes de Sánchez para el equilibrismo sobrepasan todo cuanto habíamos visto hasta ahora. Equilibrismo para llegar al poder, para mantenerse en él y hasta para hacerse merecedor de conservarlo.
Ni el Suárez primero franquista y luego antifranquista, ni el González primero marxista y luego antimarxista, ni el Aznar primero antipulolista y luego pujolista pueden compararse a la flexibilidad extrema de Sánchez posicionándose y ‘desposicionándose’ sobre un mismo asunto con un desparpajo que, lejos de reprochárselo, sus votantes han acabado aplaudiendo sin reservas o, si acaso, con muy pocas.
Desde las elecciones del verano de 2023 que, como aquellas lejanas andaluzas de 2012 con Javier Arenas al frente, el PP ganó pero solo nominalmente, pues ganar, ganar, lo que se dice ganar no ganó, Pedro Sánchez camina sobre un cable tensado sobre el abismo cuyo grosor va mermando a medida que avanza la legislatura: ayer lo hizo un poco más y pronto será solo un delgado alambre que difícilmente podrá soportar ¡nada menos que hasta 2027! el peso de un hombre de buena estatura y con una mochila a la espalda tan voluminosa como la que carga el presidente.
Como habría dicho el jefe de operaciones del aeropuerto de ‘Aterriza como puedas’, mal día el de ayer jueves para dejar de fumar. El 27-N debería pasar a los anales particulares de Pedro Sánchez Pérez-Castejón como su jueves negro, o al menos como su jueves azul oscuro casi negro: el mismo día que el Congreso tumbaba la senda de déficit, sin la cual es imposible que haya Presupuestos, el exministro, ex secretario de Organización del PSOE y excompañero de primarias de Pedro Sánchez ingresaba en prisión incondicional para conjurar un riesgo de fuga que, a instancias de la Fiscalía Anticorrupción, el juez instructor del Tribunal Supremo considera “extremo”, dado que el exdirigente socialista se enfrenta a una petición de 24 años de cárcel por gravísimos delitos: integración en organización criminal, cohecho, uso de información privilegiada, tráfico de influencias y malversación. Como diría José Mota: no digo que me lo mejores, solo iguálamelo.
Cierto que todos esos delitos habrá luego que probarlos ante un tribunal, pero las explicaciones dadas hasta ahora por Ábalos ni han contrarrestado el material acusatorio reunido por la Guardia Civil ni han convencido a sus excompañeros de partido y de gobierno. Ni, por supuesto, al presidente, sobre cuya conciencia debería pesar durante lo que le resta de vida política el doble, el inmensamente doble error de haber nombrado a dos secretarios de Organización que, según parece, robaban incesantemente al Estado al que habían prometido servir. El precio que el Partido Socialista habrá de pagar por tan funestas designaciones está todavía por fijar, pero no será bajo.
Mientras tanto, la endiablada habilidad del presidente para conservar el equilibrio sobre el alambre en tan precarias circunstancias se ha convertido en la peor pesadilla del líder popular Alberto Núñez Feijóo, que tiene sobrados motivos para preguntarse cómo es posible que el maldito ‘Perro’ no se haya estrellado todavía contra el asfalto: le condenan al Fiscal General, empapelan a su mujer, procesan a su hermano, le meten en la cárcel a dos altísimos cargos nombrados por él, sus socios de Junts y de Podemos le retiran el voto y casi el saludo… el pobre Feijóo se estará preguntando qué diablos más tiene que pasar para que el tipo convoque esas elecciones que, según todas las encuestas, darán al PP y Vox la mayoría absoluta que medio país ansía tanto como el otro medio teme.
Más allá de los Ábalos, los Koldos y los Cerdanes, precisamente en ese medio país temeroso del otro medio, en una economía cuyos buenos datos centellean en el grisáceo firmamento continental y en un fallo favorable de la justicia europea a la Ley de Amnistía cifran los socialistas su salvavidas político, esperanzados en que será posible movilizar al electorado como ya lo hicieron, casi milagrosamente, en 2023. Desde luego, si en las próximas elecciones –hoy por hoy, más probables en el 26 que en el 27– Sánchez es capaz de repetir la jugada de hace dos años se convertiría en el único político que habría logrado fraguar nada menos que dos milagros en apenas una década. Ni Felipe cuando todavía era Felipe.