Aurea mediocritas

Nacho García

Un genocidio

Uno ya se cansa de manidos eufemismos, de que no llamen a los hechos por su nombre: GENOCIDIO

Masacre aberrante. Destrucción masiva. Matanza indiscriminada. Asesinatos de lesa humanidad. Exterminio sistemático. Aniquilación deliberada. Tragedia inconmensurable. Violencia desatada. Demolición intencional. Estragos irreversibles. Hambre y sed evitables. Muertes injustas. Represalia infame. Devastación total.

Uno ya se cansa de manidos eufemismos, de que no llamen a los hechos por su nombre: GENOCIDIO. Uno ya se cansa de tanto horror y sufrimiento. Uno ya se cansa de tanto fanatismo y tanta venganza. Munch se quedó corto, no hay grito que pueda expresar tanto dolor. Ya no se perdona en nombre de ningún dios, ahora son ateos y agnósticos quienes claman misericordia  y apelan a la solidaridad.



Cualquiera que lea y estudie historia sabrá que ya hubo otros genocidios. Cualquiera que simplemente tenga un poco de memoria, se acordará de otras matanzas y masacres horribles. Empiezan a escucharse dos términos tabúes de infausto recuerdo: pogromo y holocausto. Ahora la diáspora ya no es sefardí, cómo han cambiado las tornas.

Con posicionamientos ideológicos radicales, este mundo parece el tablero de una partida del Risk, incluso peor, del Monopoly. Unos miles de personas juegan estratégicamente con la vida de millones de seres humanos, engañando aviesamente y manipulando la realidad, difuminada tras las pantallas, disuelta en las redes. El dinero calla bocas y acalla conciencias, la economía silencia los problemas y el comercio internacional amansa a las fieras con paquetes entregados en mano. La levedad del ser humano sigue siendo insoportable: o nada en la abundancia o se hunde en el fango.

Aquí, en Sefarad, amanece que no es poco. El panorama en esta península de casas vaciadas (gracias, Uclés) por fondos buitre es surrealista, casi desolador. Parece como si la caja de Pandora se hubiese destapado un poco y se estuviera derramando parte de su contenido, del cual liban ciertas hordas procaces que, ebrias de racismo y resquemor, polarizan su discurso etnocéntrico y tergiversan el relato. Intentan imponer su basta incultura, insostenible por excluyente, inconcebible por empobrecedora. Mientras, una inmensa mayoría enmudece a gritos y se refugia en la vasta cultura que, desde el conocimiento y la razón, aduce, argumenta, explica, motiva, acredita, arguye o justifica con el objetivo de convencer y persuadir.

Con un Guernica ya hubo bastante. Esperemos que no vuelva ese alarido con lengua animal a este ahora sin memoria, un presente de ignorancia donde solo se vociferan consignas huecas, que no recuerdan u olvidan que aquellas “ínclitas razas ubérrimas/sangre de Hispania fecunda” que versaba Rubén Darío, son fruto del mestizaje, que nuestras raíces se hunden en un sustrato de muchas capas. Iberia es fenicia, cartaginesa y romana. Iberia es celta, visigoda, judía y árabe. Iberia tiene memoria, un pasado del que aprender, un pasado de conflictos superados por la convivencia democrática. Hace tiempo que en Iberia conviven iglesias, mezquitas y sinagogas que ya no son bombardeadas ni quemadas. Hace tiempo que Iberia es aconfesional y laica, plurilingüe y multicultural. Iberia es una buena tierra, con espacio de sobra, es cuestión de comprender y compartir.

No olvidemos que hoy en día no hay fronteras y que no estamos tan lejos de las guerras, de hecho, estamos a tiro de misil (¿recuerdan aquel “Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS” de los años 80?). Tampoco olvidemos que, aunque la ONU se fundase en octubre de 1945 -hace ahora ochenta años- como foro para mantener la paz y la seguridad internacionales, realmente somos todos y cada uno de los que vivimos en los 193 estados miembros quienes debemos cooperar en la solución de problemas y promover el respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales. Como Blas de Otero, pidamos la paz y la palabra.