El bar de la esquina

Antonio Reyes

Dieciséis años

Australia ha sido el primer país en limitar el acceso a las redes sociales a los dieciséis años

Australia ha sido el primer país en limitar el acceso a las redes sociales a los dieciséis años, algo que la Policía Nacional lleva aconsejando mucho tiempo en España. Personalmente, pienso que la edad debería ser más elevada, quizá a los dieciocho. Como siempre ocurre, sobre todo desde la llegada a nuestras vidas de internet, con sus beneficios y debilidades, vamos muchos pasos por detrás. Estas redes antisociales nos han comido la tostada en todos los sentidos, la mayoría malos. Vale que sirven como plataformas para publicitar de manera «gratuita» lo que hacemos, como empresas, negocios pequeños, obras de artistas varios o dar a conocer buenas acciones grupales. Pero hay mucho más debajo de esta cara simpática y dicharachera de estas armas del demonio.

Cabe recordar que la única forma de que los dueños de estas plataformas se hagan multimillonarios es convertirnos en adictos a su uso. Y he aquí la plaga bíblica. Los que ya tenemos una edad sabemos darle un uso adecuado, sobre todo lúdico y de cotilleo permanente para ver cómo les va la vida a nuestros amigos y conocidos y retorcernos de rabia si les va mejor que a nosotros. Pase que inundemos con fotos de vacaciones, viajes, comidas, selfies con morritos u otras estupideces los perfiles, pero al hacerlo debemos ser conscientes de que estamos aportando nuestro granito de arena a crear falsas expectativas en personas con personalidad y autoestima débiles.

En cuanto a los más jóvenes, hemos podido comprobar cómo, mira tú qué casualidad, las enfermedades mentales han aumentado gracias a la permisividad de cada familia en el uso y abuso de estas plataformas. Nosotros mismos les hemos puesto palos en las ruedas al darles un móvil con acceso a internet a edades tempranas. Ahora tenemos a millones de niños, niñas y adolescentes que continuamente se comparan con otros y creen que el mundo, la vida, es mostrarse de un modo ficticio para recibir halagos continuos en redes. Y, claro, nuestro mal hacer da como resultado el aumento de los datos en cuanto a depresión en jóvenes que viven por y para las redes sociales y videojuegos. A esto debemos sumar los falsos influencers a los los jóvenes siguen que les dicen cómo vivir, cómo ganar dinero en dos días, a quién tienen que votar o que estudiar poco menos que no sirve para nada. Echadle un ojo, anda.



Puede que me meta en un berenjenal al decir esto y vaya por delante que no estoy generalizando, pero mucho me temo que los verdaderos culpables, aparte de los creadores de estas plataformas que, conocedores del daño que estaba por venir, porque para eso crearon sus negocios vampíricos, son esos padres y madres que permiten que sus hijos e hijas accedan demasiado pronto a este macabro universo donde todo es mentira. Es habitual que busquemos culpables lejos de nosotros, pero en esta ocasión no hace falta. Antes pensaba que el nivel cultural de un hogar influía en si permitían a sus peques tener acceso temprano a esto, pero he comprobado que no es así. El querer que su criatura tenga el móvil antes que el resto, no permitir que se quede atrás para que nadie señale con el dedo en el cole o querer aparentar que se tiene el dinero suficiente como para presumir de que la criatura tiene el mejor Iphone, flaco favor hace. Pues nada, tiempo al tiempo, que los resultados no tardarán en llegar.

Jóvenes con terror a quedarse sin datos, a estar lejos de una wifi, a no saber al minuto lo que hacen sus amigos o ídolos. Todos hemos sido testigos en algún momento de lo que ocurre cuando le quitas el teléfono a una de estas criaturas. Gritos, enfados, ataques de locura, de ira. ¿Qué más pruebas necesitamos? El mundo se ha convertido para ellos y ellas en lo que ven y escuchan en una pantalla, no lo que sucede cuando cruzas la puerta de la calle. Somos incapaces de confesar los efectos dramáticos que provoca esta adicción. Aumento del déficit de atención, depresión, aislamiento social, dependencia, etc. Todo esto, a edades tempranas, interfiere en el desarrollo social, cultural, académico y psíquico de los nuestros. ¿En serio hay padres que no prestan atención a lo que dicen psicólogos y expertos que llevan años estudiando estos casos? Espera, que si salimos a la calle a hacer una encuesta, seguro que todos, todos, todos controlan al minuto el tiempo que sus hijos e hijas dedican al teléfono. Faltaría más, oye. 

Esta permisividad, a sabiendas de que el daño puede ser dramático, solo responde al esfuerzo que hay que hacer en el seno familiar. ¿Quién quiere montar una guerra en casa, sentir las voces de tus hijos al quitarles el móvil? Pues, lamentablemente, pocos. Es una droga peligrosa creada a conciencia para que los magnates tecnológicos sigan siéndolo. Mientras tanto, ahí están quienes ven la prohibición australiana una intrusión en la vida doméstica de las familias, desoyendo los consejos de quienes saben que vamos por mal camino. ¿Cómo era aquella coletilla? Ah, sí, la libertad, el nuevo eslogan neoliberal para justificarlo todo. Incluso si alguien plantea medidas para hacer el trabajo que cada familia debería hacer en casa, llegan estos enteraos y expertos «psicólogos» a dar lecciones. Coño, si es que saben de todo. 

Hemos dejado de lado el aprendizaje racional, queremos información al instante y de la forma más rápida posible. En cuanto a la escuela, nuestros jóvenes están dejando en manos de la IA el estudio y la permisividad de ciertos sectores académicos poco o nada ayuda. La matraca de que este es el futuro de la humanidad, me hace pensar que para nada ha merecido la pena que miles de personas a lo largo de la historia hayan invertido sus vidas en mejorar las nuestras con investigaciones, estudios, pruebas y errores para que ahora tengamos en la cúspide empresarial a personas que desprecian al ser humano. A la vista está que las legiones de zombis y mentes alteradas para lograr sus objetivos, económicos y políticos, crecen como la mala hierba. Y nosotros, a mirar para otro lado. ¿Quién se atreverá a meter la tijera en estos lugares donde la mentira, la ficción y la manipulación son las herramientas para controlarnos gracias a la inacción de la clase política que se beneficia de lo que nos está destrozando la vida? Porque, no lo olvidemos, las redes antisociales son ese espacio donde millones de personas anónimas, y otras que ya van a calzón quitao, vomitan sus mierdas personales contra aquellas personas a las que, y no queda tanto si seguimos así, querrían ver en un paredón.  

El aumento de políticas ultra, de jóvenes ricos que huyen de los impuestos que mantienen el estado del bienestar, de mensajes racistas, xenófobos y homófobos, van directos a las pobres mentes de nuestros jóvenes, que creen antes a un mierdecilla que escapó a Andorra, a un don nadie que fabrica una mentira sin salir de su casa o a los seudomedios pagados por partidos políticos, y que se han hecho con el control de las redes sociales, que a la ciencia. Pero veamos algo más, porque hay que repartir la culpa. Sin tener en cuenta a las familias que no hacen nada, a estos creadores de contenido basura y a los gobiernos que no actúan contra este despropósito, debemos plantearnos que quizá el aumento de ese odio que campa a sus anchas por las redes no es más que el fruto del desencanto social de las políticas que cada vez parecen más alejadas de los problemas reales del populacho. La vivienda, los servicios públicos y su calidad y mantenimiento o el acceso al mercado laboral, parece que son temas menores. Siempre es todo para mañana, siempre se tarda mucho en llevar a pie de calles las soluciones. No justifico con esto último la existencia de mamarrachos haciendo campaña a favor del neoliberalismo ni de partidos ultra, pero sí quiero dejar claro que si los partidos más moderados, esos que nos venden el oro y el moro en campaña y al día siguiente parecen del signo contrario, no hacen lo que se espera de ellos, serán los otros, los amantes del capital, los profanadores de la palabra libertad, los de la banderita, los toros, la misa diaria y que ponen puentes de plata a fondos de inversión y buitres, los que se llevarán el gato al agua. Sus altavoces y sicarios: esos que con el beneplácito de los gestores de las redes antisociales, alfombran de miedo y odio al pobre desde sus mansiones compradas gracias a vuestro lavado de cerebro.  

A decir verdad, llevo un tiempo pensando que quizá sea bueno estudiar cómo lo hacen si llegan al poder. Va a estar gracioso, viendo los antecedentes en algunas autonomías en las que han cogobernado con sus primos hermanos. En fin, ya veremos lo que ocurre. Pero, por favor. Esté quien esté en el Gobierno, hagan el puñetero favor de legislar cuanto antes sobre el acceso de los jóvenes a las redes sociales y demás plataformas y sobre la IA, que igual mañana tenemos como presidente del gobierno al sindicato de la roomba. Y ya os digo yo que «barrerán con todo».