«Cuando comprendí que sola no podía cambiar el mundo, decidí que el gran objetivo de mi vida sería que el mundo no me cambiase a mí». Esta demoledora confesión de Helena Belchior Rocha durante una charla en la Universidad de Jaén, dice tanto que no cabría su contenido en este espacio. ¿Qué es eso de que si yo no puedo cambiar el mundo no debo dejar que este me cambie a mí? Voy a ver si, a mis cortas luces, logro desgranar todo lo que esconde esta frase, dura y dolorosa en toda su extensión.
El mundo es un lugar donde el odio, el rechazo a las personas pobres, a las diferentes, a las que llegan de fuera, aumenta de forma preocupante, alimentado todo esto con el resurgimiento de partidos políticos que encontraron en el descontento de los votantes (muchos con todo el sentido), el mejor sustrato para airear un nuevo mundo en el que ellos y solo ellos tienen la razón y la solución a nuestros males. Para llevar a cabo sus estrategias, qué mejor que el miedo, propaganda basada en la nada más absoluta, noticias falsas y manipuladas, el extremismo religioso, potenciar los valores tradicionales nacionales y, por supuesto, el ejército de receptores con poco o nada en sus cabezas, cómplices necesarios para alimentar al monstruo. Es habitual que sus idearios políticos no vayan más allá de eslóganes que nos recuerdan a aquel «ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan» y a la forma que el III Reich tuvo de propagar su idea de país. Es lo que ocurre cuando no tienes nada tangible que ofrecer a la población. Adivinas qué les produce desazón, creas un problema ficticio, dos toques de rojo y amarillo por aquí, una brazo alzado por allá, y listo. El desacierto del resto de partidos te da la estrategia a seguir. Y, para colmo, añadidle los últimos condimentos a la poción: el masaje huevil de los dueños de las redes sociales a los mensajes de odio, xenófobos, racistas y homófobos de los trolls y demás basura. Y si no, que se lo diga al amigo David Uclés y lo que ha tenido que padecer por esa «libertad» que cacarean las legiones de mierdecillas escondidos en sus casas.
Pero, ¿qué ocurre con la realidad, con la gestión de lo público, con la economía, con la sanidad de todos, con la educación, la justicia y la vivienda? Pues que son temas que dejan de lado, básicamente porque quienes se están adueñando de estos campos son los que arrían la mascá a estos partidos. Así que no, no esperéis que preparen planes para salvarnos a todos del ostracismo. Si les preguntas, responderán con generalidades vacías, es a lo máximo que llegan. Sus no políticas son su faro guía. Ellos están a amasar dinero que les llega a través de las subvenciones públicas a los partidos, a mantener escaños aquí y en Europa y poco más, que un sueldo es un sueldo y no está el patio como para desperdiciar una buena oportunidad.
He comprendido y adivinado lo que son, lo que pretenden. En el fondo, creo que no quieren tocar el poder porque eso supondría desarrollar estrategias en todos los ámbitos y, ay, amigo, eso ya es harina de otro costal, el que no quieren doblar. Nacieron para la propaganda, la mentira, el odio visceral a todo lo que no sea como ellos, lo justo para mantener ese estatus de bisagra por aquí y de rémoras para otro partido por allá. Hay que reconocerles el mérito de haber dividido a la sociedad hasta el punto de que cada vez son más quienes piensan que los culpables de nuestras desgracias con otros pobres como nosotros. Pero a mí lo que me preocupa, esto también, por supuesto, es ver cómo aumenta el número de personas que estarían dispuestas a retroceder sin parar un segundo a pensar en lo que eso supondría. Que el franquismo y el fascismo no han muerto lo sabemos todos, pero hasta hace poco, había gente que prefería ocultarlo al ser sinónimo de rechazo social. Ahora las cosas han cambiado, han provocado que cambien. Estamos de acuerdo en que hay medidas que tenían que haberse tomado hace años, como el acceso a la vivienda o sacar la sanidad pública de ese binomio terrorífico que llaman «colaboración público-privada». Quizá sea esto lo que ha revuelto el avispero, no sé. O puede que lo que realmente hicimos mal fue no juzgar a todas aquellas personas que apuntalaron el franquismo en España y que, al llegar la democracia, se fueron de rositas. Argentina lo hizo bien, nosotros no. Aquello hubiese sí que hubiese sido cimentar bien nuestra recién estrenada democracia, pero cuatro iluminados decidieron que no.
Escribo esto a colación del tristemente famoso calendario con la foto de Franco que se ha impreso en Puente de Génave y que el propio alcalde compartió en redes. Ver los comentarios de la gente justificando unos, aplaudiendo otros este despropósito, hace que me pregunte cómo es posible que. existan personas a las que le gustaría volver a un sistema autoritario como el que nos condenó durante cuarenta años. Pues sí, es lo que tenemos en nuestra tierra y en casi todo el país. El aumento del odio es la medida más eficiente para calibrar con quiénes compartimos la tierra que pisamos. Desalentador pensar que estas personas, por muy desilusionadas que estén con la política actual, recurren a los lobos para reconducir lo que ellos piden. Pero por lo que sea, sus nuevos seguidores no reconocen (o no quieren hacerlo) que la incapacidad manifiesta de lo que esperan que este nuevo ejército solucione, es la prueba de que entre sus objetivos como partido político, no está hacer mejor la vida de los ciudadanos, sino seguir engordando. Porque si así fuera, si de verdad han llegado para tal empresa, ya sabríamos cuáles es su programa, las ideas que plantean, las herramientas con las que cuentan.
No puede haber buenas personas ni dentro de ese partido ni entre sus seguidores más irracionales, porque ser buena persona significa mil cosas de las que, visto lo visto en redes, en televisión, en las concentraciones varias y en la cantidad de odio que rezuman, todos ellos adolecen. No puede ser buena persona quien odia la democracia y los derechos adquiridos por mujeres, homosexuales, trabajadores, la educación pública y la sanidad durante años de esfuerzo, el desprecio a quien viene escapando de una vida horrible pidiendo ayuda. Imposible, mi cabeza no me da para creer que son como el resto. Y no, no pienso respetar su opinión. A todo el que declare que esto es una dictadura cuando añora la pasada, que la foto de un dictador en un calendario es libertad de expresión, que los inmigrantes violan y asesinan a nuestras mujeres, que todo el que viene huyendo de una guerra o edl hambre es un terrorista potencial, que quien busca a sus antepasados en una fosa quiere reabrir heridas, que luchar en las calles por una sanidad y educación dignas es de rojos comunistas o que la justicia es igual para todos. Lo único que se les debería permitir es eso, dar su opinión, pero respetarla, pues va a ser que no, Rick. Porque hablar de libertad añorando el franquismo es como nombrar la honradez y meter en la misma frase al emérito. Esta gente, encontraría la mejor definición de libertad hace sesenta años, cuando el más mínimo discurso contra el jefe de aquella época suponía o el calabozo, una paliza como Dios mandaba, un par de hostias por el policía de turno o desaparecer para siempre de forma misteriosa.
De todas formas, sin tener en cuenta mi visión oscura del horizonte más cercano al que nos dirigimos y sin esperar nada bueno del ser humano en general, las buenas personas, las de verdad, quizá deberían ponerse como tarea planificar cómo actuar ante este panorama, si es que quedan fuerzas para esa ingente aventura. Yo, que sé que la policía de lo correcto me pisa los talones, hace tiempo que bajé los brazos. Y, tal y como decía al comienzo, me conformo con que este mundo no me cambie a mí. Me está costando la misma vida conseguirlo, pero ahí sigo, luchando contra mis monstruos interiores que me piden que me transforme en Mr. Hyde.