El bar de la esquina

Antonio Reyes

Esa foto de perfil anónima

Los comentaristas aficionados de noticias han creado su universidad particular para graduarse de barriobajerismo

Desde que llegaron a nuestras vidas las redes sociales, esos espacios de «libertad, de amor al semejante, de empatía, de saber estar, cariño y respeto por los demás», este mundo es un lugar muchísimo mejor de lo que era. Personas anónimas (eso se creen) que van regalando simpatía allí donde comentan una noticia al son de «lo que me salga de los cojones», una melodía sin partitura ni director que siembra de «riqueza intelectual» las calles de Jaén y el resto del mundo. Así que, antes de continuar, desde aquí agradecer las aportaciones sociológicas que de forma altruista nos regalan quienes dedican su valioso tiempo en culturizar al resto.

Hay quien hace uso de su derecho a decir lo que desee a pecho descubierto. Unas veces es por discrepancias con lo que se cuenta y otras por simple aburrimiento, odio y ganas de vomitar estupideces porque así sienten que deben hacerlo por devoción patriótica a sus propias miserias. Ya, lo sé, que no tienen ni pajolera idea de lo que dicen, que es por ese nivel extremo de asco por sus carencias personales, que solo quieren resaltar en algún sitio aunque sea de una forma tan miserable. Pero, qué le vamos a hacer. Existen y nosotros no somos quiénes para negarles la posibilidad de tener su segundo de gloria como tertulianos fantoches que, por lo que se ve, no tienen nada mejor que hacer. Que nadie les haga caso no es culpa nuestra. ¿A que os da penica pensar que puede que estén buscando el teléfono de algún psicólogo para tratarse ese vacío que el mundo les hace? 

¿No tenéis un perrete que sacar a darle una vuelta, un libro que leer o un programa del corazón con el que dar una cabezadita en el sofá como hace cualquier españolito medio? Por algún extraño gen mutante, tenéis que ir a vuestra red social favorita a demostrar una incultura y falta de información (de la buena) a berrear tonterías que, en vuestro imaginario, suenen casi como el mejor discurso dado jamás, de esos que alguien se encargará de recordar en una clase magistral que se dará dentro de veinte años. Escribir cosas sin sentido parece que se está convirtiendo en el deporte nacional, un estadio de degradación humana pocas veces visto. Lo único que importa es decir la mayor barbaridad, la majadería más asquerosa, la estupidez disfrazada de conocimiento que tiene sus seguidores, miembros del mismo grupo que presumen de ignorancia y un nivel de extremismo nunca antes visto que pasean por las calles con esa «libertad» que dicen no existir en este país desde que no gobiernan los suyos.  



Los comentaristas aficionados de noticias, han creado su universidad particular para graduarse de barriobajerismo, donde el que suelte por su boca la mayor barrabasada, más nota sacará al final de curso. Tal es el nivel alcanzado que es absurdo discrepar con estas personas, ya que su único interés es meterse con alguien, reírse de sus logros o penas, mearse en la cara de quienes, de forma acertada o no, quieren hacer algo por los demás, aunque eso les granjee toda una legión de perseguidores semiprofesionales, siempre están vigilantes a ver qué dicen el centro de sus disparos virtuales. Lo habitual, que no norma, porque los hay que han perdido el miedo a demostrar su ignorancia (en buena posición en el ranking de la bajeza humana), es que se escondan detrás de nombres inventados y fotos de Google imágenes para no dar el careto y que algún valiente se atreva a señalarlos. Desde aquí os aconsejo que los ignoréis, ya que su enfermedad es muy contagiosa.

La única forma de aislar a estas hordas es dejarlos hacer, no alimentar el monstruo terrorífico que engorda sus ganas de seguir dañando la verdadera libertad, la que detesta estos mensajes y que mantiene intacto el derecho a que se expresen como les plazca, aunque eso suponga tener que leer todos los días demostraciones del poco o nulo interés en ser buenas personas. Porque, no nos engañemos. Hay más libertad en dejar que cada uno diga lo que quiera, y así se retrate por sí mismo, que en prohibir sus mierdas. El tiempo hará su trabajo y poco a poco se verán relegados al rincón del ostracismo más severo. Dejadlos, que ellos solos se coserán la boca por la que dejan ver que, ni antes, ni ahora ni mañana, sabrán de lo que hablan. Además, ¿no disfrutáis viendo cómo se parten la cara entre ellos? Si es que te tienes que reír.  

También quien no pone freno a su incapacidad manifiesta de autocontrol y lo que publican roza la degradación más lamentable. Este que os habla, ha denunciado en redes muchos comentarios tan ofensivos, que no comprendo cómo no se eliminan de oficio por los controladores escondidos en las sombras de las redes sociales. La mayoría de respuestas que obtuve fueron que «no se aprecian indicios de que esos comentarios deban ser eliminados». Todo cambió no hace mucho, ya que ese odio del que os hablo es una gran fuente de beneficios para los dueños de estas plataformas. Así que este es el panorama. Las redes sociales dejan de aplicar filtros sobre esta gente porque son los primeros beneficiados. Todo sea por la pasta, no por la dignidad humana que hace años perdió el norte y las ganas de recuperarlo. Y vosotros que pensabais que las mentes privilegiadas de Silicon Valley habían llegado para mejorar el mundo...

Seamos conscientes de que el odio da dinero, revienta estrategias, crea monstruos que hacen el trabajo sucio a los beneficiarios y justifica ciertas políticas con el único interés en lograr metas que sin estos ejércitos de ineptos jamás alcanzarían. Nos necesitan continuamente encabronados, malhablados, amenazantes y violentos para justificar que sus ideologías rancias y retrógradas son las solución que el mundo necesita.

Pensemos cada uno de nosotros es en qué lado queremos estar. Soy consciente de que luchar contra esa rehala de ignorantes cansa, porque te los encuentras hasta en la sopa. Pero de esta lucha personal dependerá el futuro que nos espera a la vuelta de la esquina. Venga, que mañana ya será tarde.